Se va disolviendo como un azucarillo. Finalmente.

Ha sido una larga taza de café y con mucho huaico.  Inunda tanto que se tiene que digerir aún.

2 semanas de idas y venidas. De lodos y barros. De personas y personajes.

Batidora de sonidos

Una banda sonora continua de cláxones, de bocinas, de carreteras endiabladas que cuentan con más carros (coches) que con cuadras (calles). En la misma cama es imposible dormir. Por los gritos de los conductores, su ruido físico y medioambiental. Y por los ratones de mi hospedaje. Todos andan alterados, fuera de sí. La naturaleza ha arrastrado todos los pecados monte abajo, los pecados más purulentos vuelven a tenderse al aire libre, a la vista de todos, para espetarnos la dualidad humana. Acostumbrados a vivir en la lluvia ácida diaria, los limeños se afectan por las crisis más turbulentas y a la vez siguen bebiendo para olvidar. Como muchos harían.

En la Plaza de Armas, escoltando el Palacio de Gobierno, se siguen organizando eventos sociales, con #, para decir al mundo que no están muertos. Con música del lugar, folclórica, con el partido clasificatorio Venezuela – Perú y hablando también de las relaciones entre hombre y mujer. Pretextos para hacer acopio de alimentos, bebidas y ropas para los afectados. Policía y militares custodian esta mesa de operaciones con caras pétreas y algun@ que otr@ ojeando el celular para no enfadar a su queridito o queridita.  Todo sigue su curso.

El presidente Kuczynski, casi más polaco que peruano, quiere levantar el ánimo exaltando el peruanismo. Sobre todo con el acento yanki de su mujer. Y la relajación de la viceministra tomando el sol en bikini. Al menos ya no ocupa su puesto. Keiko y Kenji, hijos de Fujimori y ávidos de poder, acuden a zonas deprimidas y son agarrados por las cámaras. ¿Con cuál de todos ellos se quedan ustedes? Las televisiones aprovechan el órdago, frotándose las manos, captando este ruido para informar o estremecer más al pueblo.  1,2,3, …Un, dos, tres …¿Me escuchan?

Ceviche, playa y pisco

Pero no todo iban a ser malas vibras. Los susurros también tienen cabida en este espacio. Susurros de todo tipo, culinarios como la textura del salmón peruano, el rumor de la arena en sus múltiples playas y las noches gamberras que abiertamente desean más pisco. Pisco peruano que no chileno. Que no se dude, por favor. Y hablando de lugares, Miraflores. Su Parque Kennedy que cuenta únicamente con gatos, porque ya se encargaron ellos de comerse a todas las ratas.

– Ahora las ratas están donde usted se aloja.

Con una mueca socarrona, hago mutis por el foro porque es más que obvio. Y me subo al vuelo en una combi (vehículo poco más grande que un taxi) cuando el cobrador me dice “!A Barranco, Barrancoooooo!!”, por unos dos soles y medio, ni un euro en suma. El viento nos quita las arrugas de la cara porque ya es casi medianoche y el asma circulatorio empieza a respirar un poco mejor. Las ventanillas entreabiertas dejan una nueva estampa de Lima. Borrosa al paso de los semáforos, ligera como la memoria de pez y fuerte por la intensidad de sus colores nocturnos.

En el barrio bohemio de Barranco, nido de poetas y almas perdidas, forasteros y lugareños se dan cita como en Venecia, en el Puente de los Suspiros. Variopinta cerveza artesanal, conversaciones chispeantes y sesiones de fotos con modelos ebrios de acción. Miradores donde pululan cantantes callejeros, ferias de artesanías peruanas y mesas cojas advierten al paseante que lo mejor nunca se predice y espera a la vuelta de la esquina.

Inundaciones a raudales

El chaparrón diario no remite. Lomo saltado todos los días para comer, jugos de fresa y naranja para hacer la existencia menos pesada y un karaoke callejero andino, que repite las mismas canciones en el mismo lugar y a la misma hora.

Si tu boca quiere beso
Y tu cuerpo quiere de eso
Arreglamos 
Vente pa’ ‘ca de Ricky Martin

Aunque sea jodidamente repetitivo es un gusto volverlo a repetir.  Una rutina animosa y festiva en este ciclón de vivencias que contrasta con la pena a escasos metros. La puerta de la alegría y la desgracia se besan casi sin tocarse. El pomo de una choca con la de la otra. Un pestañeo de éxtasis con otro de terrible desolación. Lima subsiste, como muchas grandes urbes mundiales, con un ojo abierto y otro medio cerrado. Una balanza que no la hace hundirse totalmente en el desagüe actual.

Me pongo en situación de no volver a despertar en esta habitación. De cerrar la mochila y ya no ver a los ratones jugar a las cuatro esquinas en una alojamiento lleno de telarañas animadas. El tiempo juega en mi contra pero no da ningún portazo. El placer de hacerlo lo deja a un servidor. Lo vivido gotea por las articulaciones del cuerpo sin filtro alguno. Gota a gota, el grifo limeño me va secando los pies.

Pero aún queda un último aluvión. De esos que deben hacer época. Un Huaico que vuelva a llenar rebosante la última copa.

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