Volvemos a desplazarnos. Ésta vez hasta la sierra panameña. Ciudad de Panamá nos despide después de 4 días de estancia entre sus calles y rascacielos. Tiempo suficiente para sacar ciertas conclusiones sobre lo que supone en todo el territorio y, claro está, para el visitante.

Coordenadas múltiples

Tal como comenté está abarrotada de rascacielos, al menos, en la zona financiera. Aún así, es digna de mención y también de conocerse, para observar cómo se ha desarrollado esta área de la ciudad. La proliferación de hoteles y casinos es una realidad que no escapa tampoco a sus ciudadanos. La Torre Trump, sin ir más lejos, le sigue perteneciendo al inquilino de la Casa Blanca, con unos 284 metros, 70 pisos, convirtiéndolo en el edificio más alto de Centroamérica. 839 euros es lo que cuesta una noche.

Para observarla en su plenitud, hay que subir al Cerro Ancón, desde el cual obtendremos una bonita panorámica de la urbe, haciendo algo de ejercicios por las empinadas cuestas que hay que transitar. Si lo que queremos es detenernos a observar el mar, la Cinta Costera es nuestro destino. Su malecón ofrece, seguramente, todo tipo de comodidades, como el Mercado del Marisco, con infinidad de pescados y restaurantes que lo cocinan al momento.

Y ante el sol y la humedad que siempre les acompañan, sepan que al comprarse un sombrero de Panamá, éstos son originariamente de Ecuador, aunque se hicieran totalmente famosos en este país cuando la construcción del Canal, en la que participaron cientos de personas de diferentes puntos del mundo.

Parte de la vida económica y cotidiana

Y de eso seguimos hablando. El Canal de Panamá es hoy en día un foco económico de primera magnitud para el país y todo el continente, con sus dos reestructuraciones sufridas en 2006 y 2016. Una odisea arquitectónica de más de 100 años, que supuso un lavado de cara radical para Panamá. A pesar de muchos infortunios habidos durante el proceso, merece la pena acercarse a contemplar esta obra, especialmente cuando arriban barcos de cualquier lugar. Visitar el museo en el que se detalla todos los vértices de su evolución económica y social no está de más.

Para saborear más la personalidad de sus lugareños hay que acudir a su Casco Viejo. Allí los vendedores no dicen “gracias” sino que se despiden con un “a la orden”.  La mayoría de autobuses urbanos se llaman Diablos Rojos, con colores y frases variopintas que reflejan la personalidad de los conductores. Por otro lado, al entrar a cualquier restaurante siempre te sirven un vaso de agua con hielo y esperan siempre que les de un 10% de propina.

Historias de piratas

Panamá Viejo es como se conoce hoy en día al primer asentamiento colonizado por los españoles en el Caribe, antes de que un pirata escocés llamado Henry Morgan la atacara para arrasarla con dos incendios a principios del siglo XVII. Un recorrido por su anterior ayuntamiento, monasterios y centros jesuíticos nos resumen la fuerza que tuvo esta primera ciudad como punto de enlace con la Corona española.

Y si lo que nos gusta son los Carnavales, Noviembre es el mes en el que debemos acudir a visitarla, ya que realizan todos sus desfiles patrios.  Como chascarrillos, los panameños no se despiden con un “adiós”, siempre con un “Dios le bendiga”. La rana dorada es el animal nacional, de colores brillantes pero, cuidado, porque es venenosa.

Nuestro autobús se encuentra muy lejano ya de la capital, con la sensación de que ha sido la más fea que he visitado hasta ahora, sus actividades culturales y festivas pueden que en futuro cercano cambien mi percepción a golpe de memoria. O quizá, volver a observar en un mismo día, el amanecer por el Pacífico y la caída del sol por el Atlántico.

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