¿Sigo contando con mis pies? ¿Sigo contando con una mandíbula fuerte o de cristal? No me pregunten por nada, porque no tengo remota idea. A esta hora ya partí fuera de Santiaguito, con la cabeza nubla y el cuerpo en Belgrado. Fue un terremoto en toda regla. De esos que rompen placas tectónicas debajo de tus piernas y te deslizan como una cáscara de plátano. Pero ahora que paso las fotos a la compu (ordenador), observo a Gisela y saboreo otra vez lo que es un Café con Piernas. Un momento de ojos felinos y falda corta que dan impulso en la jungla matutina de Nueva Providencia y la Alameda. Un minuto feliz entre unos cristales tintados de negro que hacen el acto incluso más impuro.

En mi paseo por sus parques, entre los que destaca la Alameda de O´Higgins, me cito con una biblioteca andante, hordas de lectores ávidos desde neonatos hasta ancianos que se comen las letras como caníbales. Y ante la humareda de tapas duras y blandas, me subo a los cielos del Señor a través de su teleférico en el Cerro de San Cristobal. La fe dice que mueve montañas y allí uno siente que ha tocado techo, con relicarios, versos jesuíticos y plegarias varias por milagros que indican les han ocurrido.

Un buen Cafe con Piernas puede ser el inicio de un terremoto que te engulla a los más bajos fondos

Terremotos y maremotos

El vaivén del sube y baja, de la altitud mística y la terrenal, se dimensionan con la Costanera Center. Centro Comercial con más de 62 pisos, ofrece una panorámica de Santiago en 360 grados. Una vez arriba, los visitantes parecen funambulistas, sin pinturas en la cara pero con la boca más dilatada que una anaconda albina. Y entre tanto ascensor lleno de soñadores y algún loco, me empieza a picar la cabeza, además de dolerme. Son piojos los que encuentro, bajo mi asombro, de La Piojera. Centro de sanación para enfermedades angustiosas como el arte de vivir.

Disparo con mi cámara a todo lo que se me acerca para no ser contagiado, pero la conversión se me presenta como a San Pablo. Una ceguera inexplicable. “Huevon (cabrón), aquí no se viene a culear (joder), ven acá y pide un terremoto, ¿Cachai?(¿Entiendes?)”, exclama una raspa de media estatura con una gorra NBA. Y lo que pasó después se encuentra ya escrito en los foros de la vida. La frase mágica estaba dicha.

En apenas 5 minutos, de forastero a catador profesional de terremotos y maremotos, bien agrio o dulzón, departiendo con la fauna autóctona, seduciendo a damiselas comiéndome las palabras, y vituperando el discurso de Bachelet con el volumen a cero sobre los incendios de eucalipto. Una aromaterapia que incitaba a la bulla latina a medida que uno se rascaba más y más sus inmundicias corpóreas.

La dualidad santiagueña atrapa hasta a los más escépticos, por epifanías religiosas o agotamiento de bebidas espirituosas

La noche santiagueña, con su piscola o pisco sour, es un cabezazo imprevisto en el descuento. Un caprichoso destino que llama a tu puerta, desnudando su doble vertiente de ciudad señorial con otra más achispada, que acrecienta los bajos instintos y quizá la locura desmedida que volvió a otro Pablo, desesperado.

¿Y de la rabia perruna, huevón? Mucho perro ladrador pero poco mordedor. ¿Cachai?

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