Leer este fragmento con la canción “Desaparecido” de Manu Chao.

 

Con una chompita(jersey) boliviana verde comprada en el mirador de la Recoleta en Sucre, una cara de perro altiplánico y un estómago saciado por múltiples charques y pique lobos en Cocha, me siento en la última fila con espléndidas vistas del autobus que me ha de llevar a La Paz. Un día después de la fiesta carnavalera de las Comadres, compro una botella de agua y la sitúo debajo de mis piernas a la vez que mi cabeza se convierte en un péndulo que no tiene más sentido que el suelo que observa.

– Bendiciones amigos, déjenme presentarme, soy un amigo latinoamericano que anda recorriendo sudamérica y que les ofrece esta dos cancioncitas bolivianas, deseándoles un excelente viaje a la capital, lleno de dicha y alegría. Ésto suena así… Caballero, por ahí al fondo, no dejen de sonreír, ¡Cabezas arriba!

El día de la marmota

Como un sistema de alarma instantáneo, elevo mi cuello y se me escapa una sonrisa analgésica. Reclinado en mi asiento, miro como rasga su guitarrita y ondula su voz hasta convertirse en una serpientilla que destapona mis oídos después de tanta jarana. Son las 11 de la mañana y hacía una media hora que debíamos de estar en carretera. Una vez que finaliza su actuación, fila a fila va recogiendo sus ínfimas ganancias, perdiendo monedas en su camino, entre los huecos sucios y mohínos de este bus, mientras que el chófer casi le empuja para que abandone el vehículo antes de ayer.

El motor se enciende, va al ralentí, hasta que ruge para despertar a la bestia. Un monstruo que se vuelve a anestesiar a los diez minutos de trayecto. En medio de un suburbio a las afueras, de calles angostas y repletas de puestos ambulantes, escuchamos a lugareños “La Paz! La Paz! 40 pesos! Ya sale, saleeee!”. Una especie de reventa que no nos dejará en paz hasta que se llenen los asientos y cuadren los números de sus pequeñas economías. Tal es el hastío, que a mi alrededor, los viajeros quitan la roña a las ventanillas para desde allí pedir diferentes platillos, sin bajarse del lugar, que les ayuden a matar el hambre y el tiempo que se barrunta interminable.

– !Pollo, pollo¡ !Charque, charque¡ 10 pesitos, ¡No más amores!

Tal es el hastío por el retraso, que se venden platillos para los viajeros solamente bajando la ventanilla

Y así, sin poleas ni ascensores chinos, el autobus sigue anclado en el lodazal de la calle que se tiñe de color selvático ante los pitos de autos interminables que desahogan sus frustraciones en una jungla de asfalto. Y dentro, a medida que pasan los minutos, se siente todo nauseabundo, un olor a sudor intranspirable, a comida en desuso o prejuicios aromáticos, que aunque fuera un descapotable le hacen a un cuestionarse cuántos meses lleva sin pasar por debajo de la ducha.

– Yo ya pagué mi pasaje. ¡Déjenme llevar a mi animalito!

– ¡Devuélvanle el pasaje no más a la señora! 

– ¡Que se compre caja (jaula) dice el chofer!

– ¡Que se quede pues!

– ¡Que estamos atrasados maestro! ¡Vamooo!

Causas de muerte y otros embutidos

Una cholita(mujer con traje típico boliviano) llevaba consigo un perrito que según las normas de la compañía y estatales no podía subir a bordo. Otro impedimento que alargaba la espera allí hasta las dos horas. Entre tanta disputa, entre la afectada, los clientes y el chófer, caía un aguacero que sacaba todos los olores no descifrables de un mundo que cuenta con sabores coloridos y agridulces. Desde la retaguardia del transporte, el silencio se vuelve fuerte y las puertas se cierran de una vez. Sin saber si el perro está entre nosotros o no, una pequeña polvareda nubla los asientos intermedios por espacio de cinco minutos.

– Ustedes habrán podido comprobar el porqué de este incidente con el perro. Sepan que cualquier pelo perruno ingerido por un ser humano puede ser causa de muerte. Miren este recorte de periódico, en otros departamentos ya cuentan con más vigilancia que la nuestra. Pero a raíz de esto, ¿Saben cuál es la primera causa de fallecimiento en el mundo?

Ante mi asombro, el anterior polvo entremezclado deja paso a un hombre de mediana edad, calvo como el solo, orondo y con un micrófono en mano que empieza a teorizar sobre el embutido como mal mayor de la humanidad. Una conferencia mesiánica hecha en pie, que busca vender productos químicos y que emborracha ya mi ánimo y me manda al reino de los sueños con gran satisfacción. Al despertar, unas tres horas más tarde, nos encontramos en pleno paisaje llano, sin más compañeros que camiones y varias señales de desvío. Otra parada más en boxes, y ya van cuatro.

Desfiladero de sentimientos

Interminables horas que, mediante unas galletas caducadas y un batido insípido, me hacen accidentalmente conversador del compañero de asiento de al lado. Hombre de piel curtida, soltero, de unos cincuenta años, alejado de la religión católica y descendiente quechua, me dice que deje de mirar el reloj y mire al frente. Las valijas, las mochilas se caen de los compartimentos, una de ellas encima de una bebita que no para de llorar. Los gritos se hacen cómplices con aquellos que los sufren, y los bostezos indiferentes de otros siguen su propio curso. El pasillo al que tengo acceso cambia cada kilómetro; en cada fila, historias propias que busca volver a estar vivas; cada butaca erupta aburrimiento con manos de cera.

A la entrada de la capital boliviana una trancadera (embotellamiento) de cojones. Dos accidentes en un mismo punto, una colisión por vista de miope y otra por mirar las polleras (faldas) un segundo más de lo que corresponde. Pero nadie se inmuta, todo está en orden.

A lo lejos se atisba un edificio luminoso, de columnas clásicas. Quizás hay suerte.

Cuándo llegaré….Cuándo llegaré…

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