La interrogación como respuesta. La callada como enemiga. Al tener que escupir algo, escupo Galeano, Benedetti, Francescoli, Suárez o Mujica. Simbolizo al menos yo todo aquello en torno a peculiaridades o personas que dan sentido al lugar o a la idea que queremos expresar. Los anteriormente expuestos no son ninguna delantera mítica de Peñarol ni de otro equipo de postín, sino lo que el mechero demente de mi mente hace saltar por los aires cuando se tiene una dinamita que no se sabe explotar. Conceptos fortuitos, difusos, y seguramente de carácter emocional que me acompañarán en este viaje al corazón del montevideano. E irónicamente, muchos no serán de allá.

Savia charrúa

Pienso en las Venas Abiertas de América Latina, libro ya caduco incluso para su autor Eduardo, en su discurso seco pero animado; recorro también la remera (camiseta) de River del Príncipe Francescoli, donde fue profeta en territorio comanche. No me olvido del hambre de Suárez, de sus bocados intrascendentes que delatan la insostenible voracidad por uno mismo. Ni tampoco El Porvenir de mi Pasado, las odas de Mario, en busca de su olvido más reciente. Y qué decir del palacio austero de un Pepe, que guarda los zapatos más lustrosos para épocas mejores.

Aunque siendo honestos, Montevideo me sugiere, ante todo, ser la hermana chica de un hermano mayor llamado Argentina. Una unión de calles que desembocan en un poema caluroso para un pueblo al que se quiso enfriar. Una ciudad que intenta exportar identidad, gota a gota, pero sin pesadez humana. No son muchos los uruguayos que me crucé en mi camino. Los pocos que lo hicieron, dejaron patente su devoción por la palabra aguda y el abrazo cálido. Hablan, a tenor del amplio cerumen condensado en mis oídos, como sus vecinos ya que aún ignoro la musicalidad con la que bañan sus giros lingüísticos y tonadas propias.

Una unión de calles que desembocan en un poema caluroso para un pueblo al que se quiso enfriar

Pequeños pero aguerridos

Es una cuenta pendiente, como lo es saber que siendo tan chiquitos, parece que mantienen el culo bien prieto para pelearse de sol a sol, con dos gallos picudos y arrogantes como los argentos y los brasileiros. Necesito, en definitiva, tostarme en su sol, no en el de su bandera, sino en el de sus parlantes, escuchar su historia o su lamento para recibir de un golpe o de manera escalonada, toda esa energía charrúa que les hace ser quienes decidieron ser no hace mucho tiempo.

No espero encontrarme otro Buenos Aires, o eso me alertan. En seguridad pocos les deben ganar, ya que no deben ofender ni a una farola durante sus correrías nocturnas. ¿Estaré ante una nueva Habana, llena de ricos colores que dibujan playas sin horizonte, donde el tiempo se para al calor de una charla y una melodía eterna convierte la mugre en terreno fértil para el hombre?. Insisto, ¿?.

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