(Y saco un papelillo, me preparo un cigarrillo / Y una china pal canuto de hachís / Hashish! / Saca ya la china, tron, venga ya esa china, tron…)

Gafas a lo cíclope de X-Men. Cintura de avispa. Postura Elvis pero sin una reluciente gomina.

– Ey, ¿Sabes dónde esta el Frontón Euskaro?
(Se quita los auriculares y casi se le cae la manguera)
– Sí, dígame señor.
– Si sabe donde está el frontón.
– Ah, señor, allí a lo lejos, al final de la costanera. (Jadea como un perro sabueso). Tome el número 10 no más y enseguidita estará en la Plaza de Toros y de ahí al Frontoncito.

Vida espartana

Una explicaciones que fueron lo que tenían que ser, servilmente inservibles. No porque no fueran correctas, sino porque eran la coartada perfecta para, por fin, olerle el aliento. La verdad que no me acuerdo de su nombre, ni creo que sea lo más rescatable. Le pedí que me respondiera un cuestionario sobre todo lo que hablamos, pero me dijo que unía letras igual que regaba las calles, con mangas cortas y a lo loco. Y así, mediante una pregunta estúpida y alocada, nos quedamos riéndonos de nosotros mismos debajo de un palmeral, mientras la manguera lo ahogaba sin darse él cuenta. En apenas unos minutos, me dejó muy a las claras que detrás de tal endeble cuerpecillo y vocecilla de Bambi, había una historia recia como una roca.

Cinco meses llevaba en el puerto de Colonia regando las plantas, jardines y árboles con una fidelidad espartana. Despertador a las 5 de la mañana, biberón a su hija un cuarto de hora más tarde, cambiarle los pañales y cuando deje de eruptar, prepararse un café bien cargado en una cocina sin luz eléctrica. Sobre las seis y media, después del traqueteo de un autobus que bostezaba más que él, fichaba en la garita, enfrente de los adinerados barcos y se daba un respiro por unos diez minutos, rezando en sus sueños que el día se acabe, si es posible, antes de que empiece. El alba le hacía compañía, mientras se ponía su atuendo azul y doblaba en una pequeña bolsa de plástico toda la ropa que traía, inclusive a veces los pañales usados de su niña.

Tales datos e información no fueron para nada gratuitos. Sus ojos bunkerizados en unos cristales opacos, me analizaban como el Banco Mundial a los auditores que pupulan por primera vez entre sus ficheros. Quién era yo, de dónde venía, qué tenía entre manos o si creía en Dios, fueron cuestiones que salían a relucir en el tapete marítimo, siguiendo la manguera su particular ensañamiento con un palmeral que por la cantidad de dosis hidráulica recibida debería medir ya más que una secuoya.

Adicción por las mansiones

Sabido que mis inclinaciones religiosas podrían ser diametralmente opuestas a su pensamiento, me quise alejar de tal tópico escurridizo. “Pero como te digo, creo en el de arriba, sin él, no estaría hoy hablando contigo acá”, repetía una y otra vez. Parecía que no tenía escapatoria ante esta sugerencia vital. “Estuve en la cárcel durante casi un año”, antes de que quisiera hacer la pregunta ya contaba con la respuesta. “Me dedicaba a los hurtos, a los pequeños, aunque también al robo de lujosas casas”, indicaba sin un mínimo rubor ante un desconocido cualquiera. Era como un reto ante la vida, ante los dados rotos que le tocaron desde su nacimiento, allá por 1982 en Montevideo, en un suburbio olvidado incluso por sus propios habitantes.

Tal era su adicción por las grandes mansiones, y tal su avidez por demostrar su pericia ante los capos que le coaccionaban, que evitaba las situaciones fáciles. “Me especialicé en robar a plena luz del día, a ojos casi de todas las urbanizaciones, para demostrarles quién era el boss (cabecilla)” profundizaba alegremente “hasta que un día, dos policías de paisano, avisados por dos pelotudos de mi banda que observaban la escena, me aporreaban las manos y me tiraban al suelo como un felpudo totalmente sucio”.

La reinserción social y el querer buscarse un nuevo horizonte le llevó a Colonia, no sin antes sufrir dos intentos de homicidio en el presidio, sofocados por coimas (sobornos) en forma de un collar regalado en su día por su madre y la jura de lealtad ante nuevos matones que pudieran subir a bordo. “La prisión hace 5 años en Uruguay era diabólica, el mero hecho de estar 2 meses era casi morir diariamente, pero dime, y en tu país, ¿Sucede lo mismo?”, contrapreguntaba agudamente.

Vuelta a la vida

A 200 km partía de cero durmiendo en la playa. Construyéndose una chabola a base de cartones de envases caducados y palos de fregona que le pudieran ayudar a estabilizar su proyecto futuro. “Logré un trabajo como mesero (camarero) en un bar de las cercanías que me dio una tregua contra toda la mierda que me estaba tocando aguantar”, casi tartamudeando describía sin soltar la manguera. En ese periodo conoció a su mujer de hoy en día, 12 años menor que él. El amor no fue fácil, torpedeado por su futura suegra que le negó por dos veces el casamiento debido a su paupérrima condicion social. “Su madre quería lo mejor para su hija, y el vivir a ras de playa y servir alcohol sólo 3 veces por semana, no le era suficiente”, relataba secándose los mocos que le sobresalían después de tanta tensión vital. Al final llegamos a la foto que ven al principio, que le asegura una pequeña manutención para los dos, pero inequívocamente, para su hija. Una hija que venía precedida de un aborto traumático anterior y el fallecimiento de su madre el pasado septiembre.

“Ya he perdido demasiada sangre, la mayoría de personas que quiero, las lloro ya en fotos”, reza casi sin pasión propia. No se le ocurre volver a delinquir más en estos momentos, pero subraya que “mi mujer siempre me demanda dinero y creo que por su edad no se da cuenta de lo que cuesta conseguirlo, me da miedo”. No quiere volver a sentir una pistola entre sus piernas, ni llevarla debajo del sobaco, sudorosa e inminentemente explosiva. Pero se prepara también por las maldadas que puedan venir. Cree en el Karma, en la acción y su repercusión, y se rebela ante un sistema injusto que “un día quisiera contar como tú a todo el país en una radio, de noche, en silencio, con alguna banda musical de fondo que represente también ese mismo dolor”. Esa parece ser, por ahora, su única válvula de Ska-p.

Escupe al suelo. Se vuelve a poner los auriculares.

(Quémame la china “tron” / No hay chinas! / No hay chinas hoy!)
Canción “Cannabis” de Ska-p, banda madrileña.

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