Cinco días como cinco soles. Y todavía estoy vivo. No pierdo por goleada, ni ya me conformo con el empate. Nadie me ha afeitado el bigote en este tiempo e incluso siendo más blanco que el Yeti, luzco un bronceado que ya quisiera Pitbull o Mario Conde. Buenos Aires, no tiende a la flatulencia, a la diarrea física o verbal si no a la consistencia dialéctica, a las calles robustas y de firme presencia. Sin haberla casi observado en los Mapas de Gugel, sin querer desvirgarla desde un punto de vista cenital hasta tenerla frente a frente, ahora observo que la mujer con la que me estoy casando no era la novia que conocí.
Esa ciudad sin ley, ese salvaje oeste de asado en boca y rifle en cintura, no es del todo una quimera real. Obvio que existe, que tiene su armazón ese músculo pendenciero. Consecuencia de los desmanes de colonos y autóctonos corruptos, se disfraza de una forma más taimada y fusionada en un mundo de camaleones urbanitas.
Esa ciudad sin ley, ese salvaje oeste de asado en boca y rifle en cintura, no es del todo una quimera real
Porque pasear por el corazón de Buenos Aires, es pasear por el Viejo Continente. Edificios fornidos y refinados que combinan el Art Nouveau francés, el renacentista italiano o el barroco español, que dejan su patente en la historia y sólo se difuminan cuando el acento porteño te masculla su “ché, boludo, cómo vas?” en la Boca o te encuentras con Evita arengando a las masas en 9 de Julio, o lo que a veces parece, comiéndose una hamburguesa.
Maestros de la palabra y del embuste
Pero la comparación va mas allá, en sus cafés, en el subte, en el colectivo, sus gentes sí que son de armas tomar. Son porteños, amados y odiados a partes iguales por propios y extraños. Orgullosos de su urbe y de su ombligo, al igual que te venden un periódico sin palabra alguna, te cuentan el ultimo clásico Boca-River hasta que te estallan los oídos. Son dueños, dicen, del mejor pelotero y uno de los mayores pelotudos de la historia, ambos con la vieja pegada al pie, hablo de Messi y Maradona, además del mejor corte de carne y de la mejor bebida, el mate.
Sus gentes sí que son de armas tomar. Son porteños, amados y odiados a partes iguales por propios y extraños
Y singularmente tienen mucha fe en Dios, porque su representante en la tierra, también tiene acento argentino, aunque para su desgracia, con deje rosarino. Para aplacar el frío espiritual de un verano navideño, nada como una Imperial en un tugurio de San Telmo. Para conocerse mejor, un sonambulismo nocturno por los Bosques de Palermo. Para volverse reloco por completo, una de las 30 manifestaciones diarias que raptan la Plaza de Mayo.Todo eso es Buenos Aires.
Y un retrato de un diente podrido en una sonrisa pulcra en Caminito, y una minitienda de alfajores en medio de dos tiburones bancarios españoles.
Y para huir del histerismo bonaerense o entrar en coma profundo, conocer a sus gentes sin armas de doble filo. Disparando a sus corazones, con bala directa y guiño asesino. Porque me he dado cuenta que el mayor delincuente solo habitaba en mi propia mente.