Reivindicativa y enérgica
Quizá ha sido una de las más ruidosas, en las que el ir y venir de las gentes más huella deja en el viajero. Su Transmilenio (especie de metro terrestre) es una hervidero de personas, sobre todo en hora punta, que te hace retrotraerte a esas películas donde al sonar el pitido, todo el mundo se estruja como una esponja para no quedarse sin sitio. No hay espacio para el oxígeno, pero sí para mucho carterista, por lo que, como en cualquier capital mundial, los bolsillos y las cremalleras han de estar más cerrados que un envase al vacío.
Aún así, este tipo de transporte público es el más veloz dentro de la pesada red urbana de carreteras con la que cuentan. Unos buenos arreones y olores de nuca ajenas que te hacen tomar otra perspectiva de lo que va sucediendo en la ciudad. Un termitero de carros (coches) a los costados por la avenida principal, la 26, la convierten en una fascinante aventura por la polución que emiten y los graffitis que albergan a sus costados.
Y es que en esta larga calle, los artistas se han adueñado de su esencia, dándole color y vida a lo que antes era un cementerio viviente. Mensajes populares, cercanos a la raíz social y callejera que invitan a vivir la vida al máximo y, en estos tiempos de cólera militar, a firmar la paz por un convivencia más provechosa para todos.
La Candelaria y el Septimazo
Precisamente este barrio es el que condensa mayormente la gestación de este arte callejero, que busca agitar y remover conciencias por doquier. Emblema de la libertad y la creación cultural, La Candelaria es un barrio turístico donde el spray y los murales se vuelven su forma de expresarse ante el mundo. Mismos negocios, ya sean restaurantes o establecimientos comerciales, pagan a graffiteros para que les innoven sus fachadas y contengan esa personalidad que hiptonice a sus presentes y futuros clientes.
Hay que recordar que grafitear no está prohibido en Bogotá pero sí es ilegal. Es decir, te pueden multar pero nunca llevar a la cárcel. Incluso, el mismo Justin Bieber, escoltado por la polícia local, pudo dejar su sello después de un concierto, lo que causó indignación por los verdaderos artistas, que lo borraron a las 24 horas.
Pero no solo de crear vive el hombre, sino también de festejar al son de las artes culinarias y las danzas propias. El Septimazo es como denominan a la calle 7, que reúne muchos locales de comida tradicional y bares de baile salseros, que alimentan el cuerpo y el alma de igual forma. Sus patacones (plátanos fritos), frijoles (alubias), la sopa ajiaco o las pechugas a la plancha les vuelven felices a la par de un chocolate mojado con queso, otra tradición aparentemente rara pero una vez probada, de riquísima factura.
Tesoros humanos y divinos
Aunque para los menos bailones y más serios, siempre les quedará la subida al cerro de Monserrate. Una caminata empinada de alrededor de una hora, que te puede quitar el hipo y dejarte sin respiración una vez en lo alto. No por su dureza, que también, sino por sus hermosas vistas, especialmente, en días soleados. Cuenta con una iglesia para los más creyentes y un mercadillo alargado y serpenteante para comprar cualquier obsequio relacionado con la cultura colombiana.
Para creaciones humanas, la torre Colpatria, de 50 pisos, un imponente rascacielos de 1979, que se vuelve colorido de noche y emana bellas imágenes de la ciudad en 360º. Para los amantes de la naturaleza, el Parque Bolívar, pulmón inexorable de la capital, con frondosas campas verdes para disfrutar de una tranquilidad inmortal o desperezarse practicando cualquier tipo de deporte al aire libre durante unas horas.
Como colofón, su Plaza Bolívar, lugar ideal para observar a la gente y a sus infinitas palomas que la pueblan. A su alrededor se encuentran los edificios del Capitolio Nacional, el Palacio de Justicia, la Catedral Primada de Bogotá y la Alcaldía. Ya tienen tarea para realizar, sin olvidar el Museo de Botero, con sus esculturas desproporcionadas y el Teatro Colón, el más antiguo de ópera de América del Sur. Allí donde el libertador Bolívar tuvo que salir desnudo por un pequeño agujero, cuando alertado por su amante, los disidentes estaban prestos para asesinarle.