Salimos totalmente empapados. Los pelos como fregonas usadas y las bocas como peces de fuentes de escultura. Pero no nos llevamos la peor parte. Muchos sonreían mientras que otros tenían una palidez fantasmal a la altura de Drácula.

Parece que alguien abrió el grifo más de lo debido y aquel torrente fue demasiado para algunos latidos. La efusividad ahora en los gritos hacían constatar lo que es ser engullido por una aspiradora y salir indemne. Iguazú ya desde su entrada te alerta de que no es una muesca más en el mapa turístico. Su explotación económica invita a ello, pero sus arterias siguen siendo salvajes y perderse es una tónica general.

Tres recorridos, el alto, el mediano y el pequeño son los menús que se pueden degustar. Recomiendan hacer primero el largo para no desfallecer al final. Da igual que posición tomar, pues una vez vista alguna de sus gargantas es difícil deshacerse de ese efecto hipnótico y seguir su ruta sin mirar atrás.

Una vez se sucumbe a sus sonidos altisonantes, da igual que camino recorrer, todo retumba a esos tambores de guerra

Compañeros inesperados como los coatíes, están ya familiarizados al entorno humano y no dudan en sacar las garras para obtener lo que todos queremos, buenos manjares. Una especie que cuenta entre sus robos con muchas cámaras de fotos, paraguas multicolores y tuppers de frijoles o jamón y queso. Su legado, arañazos y mordiscos con sonrisotas afables y caritativas.

El meollo del asunto

Superados mal que bien estos envites, podremos llegar a la matriz de este ensueño mediante puentes de madera y algún que otro picotazo de aves que sienten que profanamos su hábitat sagrado. Entonces, el mundo se hace pequeño, nosotros nos hacemos pequeños. Habremos llegado a la Luna y construido una civilización dominante. Pero esto es indomable. Durante el recorrido pasamos de pequeños riachuelos a bocas de ballena que engullen hasta el alma.

Habremos llegado a la Luna y conseguido ser amos del mundo. Pero esto es indomable

Uno llega a la base mayor donde contempla la génesis de esta maravilla, repleta de turistas que matan el embrujo mayormente en inmortalizar el momento con selfies y abrazos fotográficos. Algunos, sin embargo, dejan los bártulos mediáticos a un lado, apoyan suavemente sus manos sobre las pequeñas barandillas que les separan de estas cascadas diabólicas y se dejan mecer con el tam-tam de la caída del agua. Con los ojos abiertos, cerrados o semiabiertos, porque saben que un paso en falso y pasarán a ser parte de la historia de esta ciudad acuática.

Una imagen mental que les acompañará de por vida, que les sirva de estímulo en los malos momentos futuros o de orgullo por haber vivido siquiera un segundo lo que es mirar a los ojos al verdadero mundo, al natural, y beber de su fuerza intocable. Entre la marabunta de fotos, vídeos, forcejeos estúpidos por tener mejor localidad, uno sabe que al darse la vuelta de esta plataforma, definitivamente está dejando atrás una parte de su felicidad por contemplar algo tan repetido hasta la saciedad como es un lugar mágico a la vez que temido.

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