Aunque el paso haya sido fugaz, no dejo ninguna bala en la recámara, ni tiros por la culata. Ha sido lo que comúnmente llaman un blanco perfecto. Pocos efectivos pero grandes resultados. 48 horas en Asunción, emergen a estas alturas del año, en un laberinto de entrada única pero con múltiples salidas. Un rápido pero didáctico paseo nocturno en auto por sus principales arterias dejaba claramente a la luz su peso dentro del esqueleto nacional.

En la Avenida Mariscal López, trufada de embajadas mundiales y edificios de corte clásico y alguno colonial, uno se siente partícipe en primera persona de su historia, a la vez que llegado a su corazón, la Ciudad Vieja, se palpitan restaurantes y tascas que desprenden ya un aroma de grandes gestas culinarias. La sopa paraguaya, el chipá piru, el arroz quesú o la mandioca seducen por si solos, mientras que piden silencio para no ser totalmente explotados por el turismo masificado.

Asunción es un laberinto de entrada única pero con múltiples salidas

Para digerir este envite y asumir que seguimos siendo humanos, un lugar infinito, repetido pero que como los ríos, nunca es dos veces el mismo. Su malecón, su costanera, sus gentes haciendo récords del mundo en no atropellarse sobre patines, como de otros tantos en beber tereré, el propio mate guaraní, bien frío y cebado debidamente. Costumbres sanas, copiosas en lo espiritual, que alimentan su cultura y enorgullecen a los paseantes que por ahí deambulan.

Pero son sus gentes los que te ganan a golpe descubierto. Por indicarte lugares incluso no por ellos sabidos, por pagarte pasajes de bus cuando no cuentas con cambio propio, por enseñarte sus secretos y dobleces nacionales en medio de una esquina a 40 grados y por más de hora y media. No piden mucho por contra, más que un apretón de manos y quizá una mueca graciosa.

Sus gentes dan identidad a la urbe, desmenuzando las vergüenzas patrias y a la vez perder su propio tiempo en favor del tuyo

Siendo intestino delgado entre dos gruesos como argentos y brasileiros, no se lamen las heridas por guerras pasadas, bifurcan a la derecha o a la izquierda según les valga para otear el horizonte con nuevas brazadas.

Vuelan tiempos nuevos en su asfalto, intentan acomodarse a ellos, revitalizando los pulmones viejos que les trajeron a esta orilla del siglo XXI, para reflotar una nave que acepta los desafíos modernos. Asunción asoma ahora una cara de múltiples rascacielos, financieros y comerciales, que quizá desdibujan su verdadero semblante, pero debajo de ellos, no olviden, sus ciudadanos mantienen el engranaje de este ajedrez en el que siguen venciendo siempre por jaque mate.

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